Por un interno de una cárcel del DF

llamada

Ciudad de México (21 mayo 2009).- A diario de los reclusorios salen miles de llamadas de secuestro o extorsión, miles. Algunas pegan, otras no; algunas son de presos desesperados por obtener lo de la droga de ese día; otras son de bandas organizadas, preparadas, comunicadas para ganar botines mayores. Algunas cuestan dinero a las víctimas; otras les cuestan la vida. Son miles de llamadas diarias.

Como en la calle, en los reclusorios la vida cuesta y si se quiere sobrevivir con privilegios hay que pagar. Una de las maneras más comunes para ganar dinero desde la reclusión es el secuestro; pudiera parecer difícil, casi imposible armar un secuestro desde la cárcel, pero bien visto no lo es. Al contrario.

En la cárcel hay presos muchos secuestradores, hay otros que se hacen secuestradores adentro y son más los secuestradores que están libres, que no han pisado, y posiblemente no pisarán, la prisión. Y todos se conocen, se apoyan, pueden trabajar juntos. Les conviene mientras haya dinero.

Imagínese: físicamente, los reclusorios se dividen en dormitorios, los dormitorios en zonas; las zonas en celdas. Hay zonas completas de dormitorios que se cierran, a las que uno sabe, interno o custodio, que no puede entrar, salvo que los jefes lo autoricen, porque están “trabajando”. En cada celda de esas zonas hay varios internos “trabajando” con sus celulares: gritan, amenazan, fingen la voz, dan órdenes, amedrentan, insultan, exigen, lloran según sea el caso.
Todos están secuestrando o extorsionando a alguien: a la esposa, a la hija, al hermano, al papá… a alguien.

Entrar ahí es jugarse la vida porque están jugando con la vida de otros: “Hijo de la chingada, ya te chingaste, o pagas o mañana tienes el dedo de tu hija, ¿es Katia, no?”. “¡Papá, papá!, por favor hazles caso a estos señores”. “No nos interesa tu familia, quiero tu lana porque no eres más que otro pinche explotador”.

No puedes entrar para no interrumpir. No puedes levantar la voz ni distraer ni sorprenderte. Es un gigantesco y organizado “call center”. Hay varios en cada dormitorio. Todos pagan para no ser molestados y que los dejen “trabajar”. Ellos hacen el negocio: planean, investigan, convocan, negocian, ordenan, distribuyen… No necesitan salir de aquí.

Antes se usaban los teléfonos fijos y los celulares. Nadie podía hablar a sus familias o abogados porque los teléfonos estaban ocupados “trabajando”. Luego se pusieron bloqueadores y grabaciones de advertencia en algunos reclusorios, que nunca funcionaron bien, pero que multiplicó el uso de los celulares. Hay miles de ellos en las cárceles, pagando una renta semanal.

Como la droga, los celulares están prohibidos, pero permitidos. Lo peor que puedes hacer es vender droga o usar celular si no pagas la concesión.

Algunos pocos, muy pocos, se atreven a organizar los secuestros con los custodios. Otros, la mayoría, actúa con “su gente”.

Aquí todos tienen gente, “su banda”. Si no, no son nadie. Y ahí está la banda, al mejor postor: miles de personas, la mayoría jóvenes, que ya van a salir, que acaban de salir, que acaban de entrar pero van a salir pronto, y sobre todo, sus familias y sus amigos. Todos quieren, les urge ganar dinero. Una red imparable.

Ellos, los de adentro, lo organizan y actúan. Muchas veces son los más rudos: los que negocian, los que amenazan, a los que les vale madres. Los de afuera hacen lo que les dicen los de adentro: persiguen, vigilan, levantan, ocultan, cobran. Y luego van al reclusorio en las visitas, a dar cuentas de cómo sucedió, a pedir instrucciones, qué hacen con ese pendejo que no deja de llorar, aquella que está enferma, aquél que está pidiendo más o abre el hocico, el que se quiere pasar de listo, etcétera.

También por eso son importantes las visitas familiares: los hermanos que vienen a dar la parte correspondiente, los que traen informes, los que llevan mensajes, la mamá que le compró unos tenis al hijo que logró que pagaran, los que planean quién sigue.

Los que mueven este mundo son pocos. Los que viven de él muchísimos: internos, familiares, custodios, autoridades. Nadie sabe con exactitud los flujos de “la lana”, pero se mueve mucho dinero.

Hay quienes pagan de inmediato cuatro o cinco mil pesos por un secuestro que no existió; hay quienes compran tarjetas telefónicas; hay quienes pagan miles y miles y recuperan a su hija mancillada; hay quienes recuperan a su hijo traumatizado para toda la vida; hay quienes recobran a su madre y la ven morir poco a poco… y todos ellos tuvieron suerte.

Todo sirve: el directorio telefónico es un tesoro, pues no hay que estar haciéndole al pendejo buscando números; la sección amarilla, los anuncios en la prensa, las tarjetas de presentación. Lo único que se necesita es un dato, la punta de la hebra.

Como afuera, aquí también hay crisis, y no alcanza el dinero.

Hay que diversificarse: los narcos secuestran, los secuestradores extorsionan, los extorsionadores roban… todos tienen algo que vender. La vida es dura.

Fuente: HECF